Su corazón parecía acelerase y calmarse a la vez; recordó el día en el que decidió poner el coche a 140km/h y cerrar los ojos durante unos segundos que le habían parecido eternos. Ese tipo de sensaciones que no se tienen muy claro si son placenteras o no.
Había decidido no poner música, pues sabía que podría dejarse llevar por el sonido de ésta, y no sabía lo que podría pasar si eso ocurría. Tenía miedo. En vez de eso, se concentró en los sonidos del edificio: Los llantos del bebé del apartamento contiguo, los ladridos del perro del primer piso, la canica que no paraba de rodar por el suelo del vecino de arriba... Respiró hondo y también se concentró en el olor a café que venía desde la ventana o el desagradable aliento de gato que su mascota desprendía al bostezar. Por primera vez en horas desvió la mirada hasta los ojos esmeralda de su gato, y pensó en cómo hacerlo: Primero debería de darle una explicación a sus seres queridos y decirles que no era culpa suya, escribir uno por uno los nombre de aquellas personas que la habían apoyado en algún momento en su vida, pedirles perdón... Y pensó en todas aquellas lágrimas derramadas. ¿Las habría? Quizás si.
Y por primera vez sintió dolor al caer una lágrima sobre una de aquellas heridas que habían provocado no sólo su turbio pasado sino la incertidumbre de su futuro. Miró a sus piernas, llenas de sangre y seguidamente miró a la cuchilla que sostenía. Instintivamente dio la vuelta a su muñeca y repasó sus venas con los dedos. La sensación de estar en aquel coche se desvaneció, parecía que había despertado de un sueño eterno y comenzó a llorar sin control, temblando, sin poder articular palabra... Y lo siguiente que hizo fue buscar ayuda.
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